lunes, 11 de febrero de 2019

mientras





Mientras recorro la distancia que hay entre la muerte y yo, es decir: mientras vivo, la perfección de este mango me otorga la inmortalidad. Y desde la certeza de que nada podrá robármela, nada humano ni infrahumano, contemplo el cielo de Lima, la polvorienta y furiosa Lima; que hoy es azul, y lo es para mí, aunque esto sea falso. Lo que brilla de verdad, lo hace para nadie, y a menudo sin saberlo. Contemplo, contemplo. Quiero creer que si persisto, si desando el exilio con la mirada fija en este cielo, reencontraré las nubes de Caracas coronando el Ávila, o el profundo celeste acentuando el verdor de los morichales en Maturín. Todos los cielos uno. Así que gracias, Lima, por parecerte a veces a mi casa, y por serlo, sabiendo que te deshabito. Lo mismo el mar, que me trae en sus olas encabritadas del océano Pacífico, la mansedumbre de los archipiélagos del mar Caribe.